Desde que era un crío, siempre tuve claro lo que quería hacer con mi vida: ser profesor. Y no porque alguien me lo dijera, sino porque simplemente me salía de manera natural. Siempre me gustó explicar cosas a los demás, ya fuera cómo hacer una división complicada o por qué el cielo se pone naranja al atardecer. Me flipaba esa sensación de compartir algo útil o interesante, y sí, también me inspiraron mucho algunos profes que tuve en primaria, gente que se notaba que amaba lo que hacía. Pero claro, una cosa es ser niño y soñar con ser profe, y otra muy distinta es crecer y darte cuenta de lo complicada que es esta profesión, sobre todo hoy en día.
En el instituto fue cuando empecé a ver que ser profesor no es un trabajo fácil. Recuerdo cómo algunos compañeros se dedicaban a desafiar a los profes, y no porque fueran malos chicos, sino porque les daba igual. Les hablaban mal, pasaban de todo y se pasaban las clases intentando hacer reír al resto o discutiendo por tonterías. Me llamaba mucho la atención cómo algunos profes lo llevaban con una paciencia infinita, mientras que otros acababan claramente quemados. Y claro, eso me hizo pensar: ¿qué está pasando para que la relación entre profesores y alumnos se haya vuelto tan tensa?
La disciplina ya no es lo que era
Es evidente que hoy en día el respeto y la disciplina en las aulas no están en su mejor momento. Hay datos que lo confirman, como un informe del Sindicato de Estudiantes de 2023 que dice que un 75% de los profes en España han sufrido faltas de respeto por parte de sus alumnos. Pero más allá de las estadísticas, lo preocupante es cómo estas faltas de respeto se han vuelto cada vez más graves. No estamos hablando sólo de que alguien interrumpa una clase o suelte un comentario fuera de lugar, sino de casos de amenazas e incluso agresiones físicas. Hace poco leí sobre una profesora que acabó en el hospital porque un alumno la golpeó al intentar separar una pelea. Es algo que te deja pensando: ¿en qué momento hemos llegamos a esto?
Y creo que no hay una única razón, pero una que tiene mucho peso es el cambio en cómo se educa en casa. Cada vez es más común ver padres que dejan toda la responsabilidad de educar a los hijos en los profesores. Pero, ¿cómo vamos a enseñar matemáticas o historia si antes tenemos que explicar cosas tan básicas como el respeto o la empatía?
Luego está el tema de los móviles. A ver, no es que tenga algo contra la tecnología, pero seamos sinceros, los móviles han complicado mucho las cosas en clase. Los chavales están más pendientes de grabar TikToks o de mirar memes que de lo que está explicando el profesor. Y en el peor de los casos, los usan para grabar sin permiso o para burlarse de los profesores. Esto no sólo afecta la concentración, sino que también crea mucha presión y estrés en los profesores, cosas que hacen que muchos acaben abandonando su trabajo.
Dicen que estoy loco por querer ser profesor
Cuando digo que quiero ser profesor, las reacciones suelen ser de todo tipo. Algunos me apoyan, pero otros me sueltan cosas como: “¿De verdad quieres meterte en eso? Los chavales de hoy en día son imposibles” o “Con lo mal que pagan a los profesores, ni te molestes”. Lo curioso es que muchas veces quienes me dicen esto son amigos o familiares que me quieren y que, de alguna forma, están intentando protegerme de algo que ven como una profesión cada vez más complicada.
Y, sinceramente, entiendo sus preocupaciones. Hoy ser profesor implica lidiar con un montón de problemas, pocos recursos, la presión constante de manejar bien a un grupo de adolescentes, mal salario… Pero a pesar de todo, sigo pensando que ser profe merece la pena. Y una de las razones por las que no me rindo es gracias a lo que me contaron en Preparadores Valladolid.
Encontrando razones para seguir adelante
Cuando me puse a hablar con academias, esta en concreto me dio una respuesta que me abrió los ojos. Les comenté la inseguridad que tenía de seguir adelante con mi formación, ya que de tanto hablar con personas que me estaban intentando echar atrás, me estaban haciendo dudar. Pero me contaron que esas dudas son normales y que las tienen el 80% de los alumnos que pasan por su academia todos los años. Llevan mucho tiempo formando a futuros profesores y siguen en contacto con muchos de los que consiguieron su sueño. La gran mayoría están muy contentos con su trabajo y por nada del mundo lo dejarían.
Aquello me animó muchísimo a seguir adelante con las oposiciones, eso y estar rodeándome de personas que tienen las mismas inseguridades que yo, pero aun así siguen adelante. Había gente que dudaba de si sería capaz de manejar una clase, otros que temían no aprobar las oposiciones y algunos que, directamente, no sabían si habían tomado la decisión correcta. Pero lo que marcó la diferencia fue cómo los profes de nuestra academia nos ayudaron a ver las cosas desde otro punto de vista.
Nos enseñaron que sí, hay problemas, pero también hay muchas cosas buenas. Por ejemplo, pocas cosas en la vida se sienten tan bien como ayudar a un alumno a entender algo que le cuesta mucho entender. Esa sensación de saber que has marcado una diferencia en su vida, por pequeña que sea, no tiene precio.
Al final, me di cuenta de que cualquier profesión que importe de verdad tiene sus complicaciones. Pero si te centras sólo en lo malo, nunca te atreverás a dar el paso. Por eso, prefiero enfocarme en todo lo bueno que puede salir de esto, en las vidas que podría influir y en la oportunidad de ser parte del crecimiento de alguien.
Cosas que pueden mejorar
A pesar de todo, sé que la educación necesita cambios. Una de las cosas que creo que podría marcar una gran diferencia es la implementación de programas de educación emocional en las escuelas. Si desde pequeños los chavales aprendieran a reconocer y gestionar sus emociones, además de entender cómo sus acciones afectan a los demás, estoy seguro de que muchos problemas de comportamiento y conflictos en el aula podrían evitarse. Esto no solo ayudaría a los profesores, sino que también sería una herramienta valiosa para los propios alumnos, que crecerían siendo más empáticos y conscientes.
Otra cosa que me inspira es ver cómo en otros países se están tomando en serio el bienestar del profesorado. En Finlandia, por ejemplo, los profesores tienen un apoyo increíble, no solo en su formación, sino también en el desarrollo de su carrera. Se les cuida tanto a nivel personal como profesional, y sus salarios reflejan lo esencial que es su trabajo para la sociedad. España podría aprender mucho de este modelo, porque al final, si cuidamos a los profesores, ellos estarán mejor preparados para cuidar de sus alumnos.
Si conseguimos implementar cambios como estos, estoy convencido de que podremos mejorar mucho la educación. La clave está en apostar por una enseñanza más humana, que valore tanto a los alumnos como a los profesores. Aunque parezca un reto enorme, creo que con esfuerzo y voluntad todo esto es posible.
Por qué no me rindo
A pesar de los problemas que puedan surgir, no pienso renunciar a mi sueño. Sigo creyendo que ser profesor es una de las profesiones más importantes que existen, porque al final la educación es la base de todo. Si podemos formar a una generación que sea respetuosa, crítica y empática, entonces estaremos construyendo un futuro mejor.
Así que, aunque muchos intenten disuadirme, yo lo tengo claro: voy a ser profesor. Y lo voy a hacer porque creo de verdad que, con esfuerzo y ganas, podemos recuperar el valor de esta profesión. No todo está perdido, ni mucho menos. Todavía hay alumnos que respetan, que se inspiran en sus profes, y que tienen ganas de aprender. Es por ellos por quienes merece la pena.
Además, ser profesor no es solo enseñar, es también aprender cada día de tus alumnos, adaptarte a sus realidades y demostrarles que hay personas que creen en ellos. Eso es lo que me motiva y lo que me hace seguir adelante, a pesar de los comentarios negativos o de las noticias desalentadoras.
¿Va a ser fácil? Claro que no. Pero ¿Cuándo algo que realmente importa lo es? Estoy dispuesto a trabajar duro, a aprender de los mejores y a poner mi granito de arena para mejorar las cosas. Porque si nadie lo intenta, ¿Cómo esperamos que el sistema cambie?
Así que, sí, voy a ser profesor. Y lo voy a hacer con orgullo, con ganas y con la esperanza de que, poco a poco, podamos construir un futuro en el que la educación recupere el lugar que se merece. Porque enseñar no es solo una profesión, es una vocación, y estoy decidido a ser parte de ese cambio.